tobagorecords

Direccionamiento póstico reticular

Mi foto
Nombre: pmi
Ubicación: Zárate, Buenos Aires, Argentina

Nací en Zárate, Buenos Aires, Argentina, en una clínica que ya no existe. En su lugar hoy funciona un albergue transitorio.

martes, junio 13, 2006

Polo, el buscador

Capítulo Uno del libro «Polo, el buscador»

«De todos los lugares posibles para volver, la infancia es el más difícil. Es un país que al salir, ya no se sabe muy bien dónde queda. La infancia es una estrategia de los grandes para tener un pasado que los justifique, un plan para fabricar recuerdos que puedan acompañarlos».

Polo en off, durante el programa «La república de los niños»,
El otro lado, 1994.

Miraba y la curiosidad le desbordaba los ojos. Clavados, imperturbables, fijos los ojos en esas figuras que se dibujaban desde la vereda de enfrente. Miraba a esas mujeres que conversaban a viva voz, esos colores plenos de sol, esas polleras al viento. Miraba Fabián, chiquito, ocho años, los ojos fijos, rasgados, incandescentes, en aquellas mujeres. La manito que suelta la de mamá Aída. La voz suave, casi un susurro, de Fabián preguntando sin rubores por aquellas mujeres tan extrañas a sus ojos felinos, inquisidores. Preguntó, como preguntaba siempre.
«Son gitanas», le explicó entonces mamá Aída, también en voz baja, buscando la mano perdida de Fabián, queriendo retomar la marcha. Pero a Fabián no le alcanzaba con ese par de palabras, su curiosidad quería más. Las cejas fruncidas, los colores de esas polleras, esas mujeres empapando sus retinas, dos ojos felinos ardiendo en la tarde de La Paternal. Un día después, los ojos de Fabián ya no alcanzaron. Esta vez se acercó a mamá Aída, pero ya sin preguntas sobre aquellas mujeres con las que se cruzaba a diario por las mismas veredas. Esta vez la voz de Fabián traía respuestas, ahora le contaba a mamá Aída que las gitanas que usaban un pañuelo en la cabeza estaban casadas, que tenían una ley gitana que se llamaba Kris, que vivían ahí no más, a la vuelta de su casa, desde hace un par de años, y un montón de datos más, datos frescos, recién conversados con las gitanas. Ahora la que miraba azorada era mamá Aída, sorprendida por la curiosidad de su hijo, por la decisión que lo llevó a pararse a conversar con sus vecinas, sin vergüenza, sin temores, como un grande (1).

(…)

Ocho años antes de la anécdota relatada, más precisamente el 31 de julio de 1964, llegaba al mundo un chico de nombre Gustavo Fabián, tercer hijo varón de una típica familia judía de clase media compuesta por Aída Prizant y Josué Polosecki.
Ese recién llegado es el protagonista de esta historia. Una extraña cadena de acontecimientos provocó que los Polosecki terminaran en los años sesenta alquilando un departamentito en la avenida Congreso del barrio de Belgrano, a una cuadra de las vías. Es que la historia de los Polosecki comienza muy lejos de Buenos Aires, del otro lado del mundo, en la Varsovia de principios de siglo, y tiene a Marcos Polosecki como el emprendedor de la familia que decide hacerle caso a los rumores de bonanza y grandes oportunidades que llegaban desde el otro extremo del océano.

(…)

Un vagoneta de entrecasa

El universo cotidiano de Fabián estaba signado por la convivencia en una casa muy politizada, repleta de libros de literatura y de discos de Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa y Quilapayún.
Además, la relación con sus dos hermanos mayores formaría parte del alimento que utilizaría para crecer como un grande más. Así a los cuatro años, Fabián ya le rezongaba a su madre porque estaba cansado de que los demás le leyeran. Su hermano Claudio era el encargado de leerle al más chico de la familia, pero Fabián quería aprender a leer solo, comenta Aída: «En cada uno de los dormitorios de los chicos había una biblioteca, en el nuestro otra también, y todo accesible para ellos, todo para que vayan, usen, toquen. Eso era una cosa normal, así se formaron los tres y eso despertó muchas inquietudes en Fabián». De hecho, hasta los vecinos de La Paternal ligaban de vez en cuando algún ejemplar de los libros que se editaban en el tallercito de los Polosecki, a partir de la generosidad de Josué.
Ya de grande, el propio Fabián recordaba la presencia constante en su casa de libros e historietas «porque mi viejo y mi hermano las compraban a patadas». Abrir las páginas de aquellas historietas fascinantes era para el pequeño Fabián una experiencia única, y por sus ojos enormes pasaban villanos, héroes y personajes de todo tipo: «Empecé leyendo mucho Skorpio. Obviamente, tenía una fascinación por Hugo Pratt, El Eternauta y todo eso. Pero ahora, por ejemplo, estoy leyendo Flushman, que me encanta: el hombre gordo que atrae las cosas es increíble, me parece desopilante. Yo tenía una especie de... no prejuicio, pero lo había leído tanto ese tipo de historieta de superhéroes. Y ahora me di cuenta que son bárbaros los guiones. Son más irónicos o más sádicos, no son ingenuos. Tienen quizás miedo a su ingenuidad. No sé, en realidad cuando era chico el que veía a Batman con ingenuidad era yo.

(…)

«Una vez, por ejemplo, un compañero de banco, César, lo invita a su casa para tomar la leche. Y le llamó la atención que este chico viviera en un inquilinato, donde en una misma habitación dormían los padres y los hermanos, y tenían la cocina en el fondo. Tenía siete años y ya empezaba a entender que había gente que vivía de otra manera, que tenía otra situación económica, que no todos los papás tenían una empresa, una fábrica», recuerda Aída sobre ese momento en que Fabián comenzaba a asomarse a una realidad bastante distinta a la suya.
Observador, extrovertido, audaz, nada vergonzoso, siempre con una sonrisa dibujada en el rostro, quería imitar a sus hermanos y era el obligado lastre que los seguía a todos lados.

(…)

«Tenga cuidado con lo que escribe su hijo», le advirtió a Aída la directora de uno de esos colegios por los que transitaba Polo, cuando ya se encargaba de sacar un periódico escolar y de participar en el centro de estudiantes. La última escala por el secundario fue su paso por un colegio nocturno que terminó de consolidar una nueva geografía para Fabián. Rodeado de compañeros más grandes en edad y experiencias, cada vez más libre, cada vez más ausente de la casa paterna, mientras afuera, en las calles, la oscuridad de la dictadura seguía invadiendo cada pequeño resquicio de luz. Así, el propio Polo conoció las comisarías desde adentro y comenzó a frecuentar la noche de una Buenos Aires agobiada de represión y silencios, que educaba a todos sus moradores en la consigna de callar para sobrevivir, no mirar para poder dormir, y mentir para no tener que dar incómodas explicaciones.

(…)
«¿Querías hacer la revolución?», le preguntaron en una revista en 1994, cuando recién se escuchaban los primeros rebotes de su original programa televisivo. «Sí», respondió entonces. «¿Fue algo adolescente?», repreguntó entonces el entrevistador. Y la respuesta de Polo define toda una visión política sobre esa etapa, marcada por la esperanza de una lucha que consumía todo su tiempo, y a la vez por una metodología que lo haría sentirse cada vez más defraudado, años más adelante: «No. Hay que separar. No creo que la acción política sea una cuestión de la adolescencia. En todo caso, en ese momento diferencié cierto espíritu de la militancia trasladado a otros campos. Parecía que lo único importante era convencer, convencer y convencer. Hay algunos que emplean el 90 por ciento de su tiempo en eso y les queda muy poco tiempo para aprender y conocer. En lo personal creo que se arma cierta retroalimentación en la militancia, pero yo la viví de muy adolescente. Hay personas, de la generación anterior, que lo vivieron hasta una edad más avanzada, tomando decisiones más drásticas respecto de sus vidas y las de los demás. La militancia política, en mi caso, fue algo que llenó mi vida, que me dio retribución afectiva, elogio y tener la libido puesta en eso. Hay una gran promesa en tu actividad que es cambiar el mundo. No es pequeña cosa, me parece que es un momento en el que no es tan importante escuchar sino que todo lo que ves, lo tamizás con lo que es tu concepción del mundo. Tenés unas orejeras que te impiden ver cosas. Pero también rescato de esa época que es una etapa formativa de mi vida muy importante».

(…)

«Serás lo que debas ser, o si no, serás periodista», repetía siempre Claudio en broma, y la máxima que tanta gracia le causaba a Polo, sería su frase de cabecera durante mucho tiempo cuando era consultado por la elección de su profesión. Alejado de la vida interna del partido que tanto tiempo y fuerzas le consumían, comenzaba para Polo una nueva etapa en donde las idas y vueltas de su trabajo y la búsqueda de una identidad como periodista, marcarían su camino.