El rey y el traje invisible
(Version libre del cuento de Hans Christian Andersen)
La siguiente historia sucedió hace muchísmos años, en un reino muy antiguo, donde había un Rey muy presuntuoso, corrupto y bobo que gobernaba gracias a la ignorancia, al miedo, a la hipocresía y la obsecuencia de sus súbditos.
Esto pasó, repetimos, hace muchísimos años, en otra época.
Cuentan que un día llegaron a ese reino dos sastres: Pepe y Artemio, que se jactaban de confeccionar sus prendas con un tejido invisible, que sólo las personas honestas podían ver. El rey pidió un traje de gala para estrenar en un desfile de gran importancia, y después de negociar un altísimo precio, los sastres procedieron a confeccionarlo. Tomaron las medidas al cuerpo del rey y varios días después regresaron a mostrarle sus avances y a probárselo. El rey estaba rodeado de sus más cercanos colaboradores cuando le avisaron que los sastres deseaban verle. La curiosidad generó grandes expectativas de atestiguar un prodigio, y el rey, condescendiente, permitió a su séquito acompañarle en tan ansiada entrevista.
Los sastres, seguros de sí mismos, rayando en la soberbia extendieron el traje en la mesa describiendo las telas bordadas en oro, plata y diamantes, ante los ojos atónitos de los desilusionados presentes, que no veían nada. El silencio se apoderó del lugar. Todos se miraban de reojo entre sí, pretendiendo descubrir el significado de lo que sucedía. El rey, sintiendo la gran responsabilidad de dar la pauta, optó por no dejar en evidencia su probable carencia de honestidad, y empezó a proferir elogios, los que fueron inmediatamente imitados por los presentes, que se cuidaban entre sí de no traslucir su desencanto y temor de ser valorados en función de tan cruel prueba.
El momento crítico surgió cuando los sastres solicitaron al rey que se lo probara y lo exhibiera a sus súbditos ahí presentes. El rey titubeó, temiendo tener que exhibirse desnudo, pero sin estar seguro de que ello fuese así. Optó por correr el riesgo, pensando que peor era pasar por corrupto ante sus súbditos más honestos, si es que ese traje realmente existía, y se fue a su habitación para probarlo. Cuando regresó, todos lo vieron desnudo, pero callaron y se desvivieron nuevamente en elogios. Llegó el día esperado del desfile y en todo el reino se corrió la voz de que el rey estrenaría un traje maravilloso y mágico que sólo podrían apreciar las personas honestas. Todo el pueblo se congregó en las calles donde el monarca desfilaría acompañado de su corte. A su paso, éste arrancaba gestos de admiración cuando de pronto, de entre las faldas de su madre, surgió un niño que ingenuamente exclamó "¡Miren... el rey está desnudo!".
Acto seguido, todo el pueblo comenzó a reírse, primero en murmullos y luego mofándose abiertamente de la desnudez del monarca, quien avergonzado se cubría con ambas manos mientras huía a refugiarse en el palacio.
Para entonces, los pícaros sastres ya estaban a considerable distancia, disfrutando de los placeres habidos con las arcas del reino.
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